Notas para el sermón de las siete palabras de la liturgía del viernes santo del año 2022.
Por juan Carlos Penagos Trujillo.
Ha querido la divina Providencia que en esta tarde éste, su siervo, aborde la reflexión acerca de las frase con la que culmina el combate que se encuentra en el centro de la historia de la salvación. Digo que culmina porque lo que resta después de ese instante es la voluntad de los hombres de colaborar con la gracia divina para que estos puedan vivir en la gloria de Dios por siempre.
Dice el obispo Robert Barron, citando a San Agustín de Hipona, que la gloria de Dios “un hombre plenamente vivo”. Cuando Adán y Eva se esconden de Dios en el jardín del Edén, tras haber aceptado la propuesta mentirosa de la serpiente, se están distanciado de la gloria de Dios; y al hacerlo ingresan en el territorio de las sombras y de la muerte.
Lo contrario de la gloria de Dios es un hombre enfermo, espiritualmente muerto, que pena en la esclavitud de los ídolos, las bajas pasiones, el vicio, la mentira, el pecado.
El momento miserable en el que Adán y Eva se esconden de Dios es el epítome de nuestra condición pecadora. Nos escondemos porque como lo dijo el Señor a Nicodemo, aquél que hace el mal se oculta de la Luz. La infidelidad del hombre rompe el lazo de su relación íntima con Dios. El alma del hombre es una esposa infiel que sorprendida en el adulterio, repudiada, debe partir a vivir entre cardos y abrojos, en el exilio.
Al respecto, en Génesis 3, 8-19, podemos leer:
El hombre y su mujer se escondieron entre los árboles del jardín, para que el Señor Dios no los viera. 9 Pero el Señor Dios llamó al hombre: –¿Dónde estás? 10 Él contestó: –Te oí en el jardín, me entró miedo porque estaba desnudo, y me escondí.
11 El Señor Dios le replicó: –Y, ¿quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿A que has comido del árbol prohibido? 12 El hombre respondió: –La mujer que me diste por compañera me convidó el fruto y comí. 13 El Señor Dios dijo a la mujer: –¿Qué has hecho? Ella respondió:–La serpiente me engañó y comí. 14 El Señor Dios dijo a la serpiente: –Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los animales domésticos y salvajes; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; 15 pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya: ella te herirá la cabeza cuando tú hieras su talón. 16 A la mujer le dijo: –Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos, darás a luz hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará. 17 Al hombre le dijo: –Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol prohibido, maldito el suelo por tu culpa: con fatiga sacarás de él tu alimento mientras vivas; 18 te dará cardos y espinas, y comerás hierba del campo. 19 Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella te sacaron; porque eres polvo y al polvo volverás.
Génesis 3, 8-19
El mandato de Dios es incontrovertible. La consecuencia de nuestra caída es vivir y morir con dolor. A ello se añade la indiferencia de la tierra y de los elementos con respecto a los esfuerzos, las necesidades, y los deseos humanos. El pecado nos inscribe en la errancia por el desierto, tierra inhóspita donde el pan se consigue a precio de lágrimas, y no hay paz ni descanso posible para el corazón. Durante esa errancia el hombre, ese ser miserable y frágil hecho de polvo, y el demonio que lo tentó están condenados a tener que combatirse sin tregua, para constante humillación del ángel caído y sus legiones, y para mayor desespero de su rabia infernal; porque es bien sabido que los demonios desprecian profundamente a los seres humanos, a quienes han quedado atados por voluntad divina, y a quienes quieren arrastrar para siempre al fondo del abismo para torturarlos por toda la eternidad.
El pago del pecado tanto en el plano simbólico como en el plano concreto es el descenso al sepulcro. El sepulcro, por su parte, es el culmen de la esterilidad, en donde reina la dispersión, la podredumbre, la falta de sentido. El sepulcro es, en el exilio de la gracia de Dios, un vientre que se abre para recibir la semilla inútil de los despojos mortales de los hijos de Adán contaminados por la culpa, enfermos de lepra espiritual. La tierra en la que vagan los que pecan es la tierra de la maldición.
Pero hay una esperanza. La descendencia de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, y ésta, por su parte, herirá su talón. No es posible mayor abyección que la de la serpiente. Y por ello mismo se trata de una batalla a muerte. Tampoco hay duda de que la descendencia de la mujer va a ser lastimada.
Mucho tiempo después del episodio del Edén se dirige Dios a un nómada del desierto, descendiente de la mujer, con estas palabras:
El Señor dijo a Abrán: –Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2 Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y servirá de bendición. 3 Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. En tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Génesis 12, 1-4
Dios introduce aquí la noción de la bendición. Ésta consiste en un retorno a su presencia. De una misteriosa manera el Justo, que es Dios, promete acompañar al nómada y proscrito en su destierro, terminar su peregrinar algún día, llevándolo a la tierra prometida; y lo que incluso parece maravilloso y es más importante, hacer su divina presencia accesible a todas las familias del mundo por intermedio de ese descendiente de Adán.
Todos nosotros encarnamos a Abrahán y a Sarah. Todos caminamos en busca de nuestra tierra prometida. Todos esperamos en la promesa de Dios. Vivimos historias de peregrinar y combate espiritual. Huimos de Sodoma, luchamos contra ángeles por una bendición, trabajamos por muchos años como Jacob en casa de Labán; somos vendidos por nuestros hermanos como José, o los vendemos nosotros; somos esclavizados en Egipto, erramos por el desierto mucho tiempo debido a nuestra desobediencia de la ley de Dios y nuestras idolatrías, somos exiliados en Babilonia a causa de nuestros pecados; muchos pueblos buscan una y otra vez exterminarnos; somos constantemente humillados; y la serpiente hiere sin cesar nuestros talones y los de aquellos que amamos; hasta que, como Job, clamamos a Dios pidiendo que no exista la noche en la que fuimos engendrados, y no sea contado entre los días aquél en que el vimos la luz del mundo. Vivimos vidas de humillación, lamentación y sufrimiento, inmersos en un combate desigual ante ángeles caídos, poderosísimos, invisibles, que no tienen nada que perder porque ya están condenados; y que, habiendo negado a Dios, no conocen la piedad ni la misericordia, y su crueldad y odio con respecto a nosotros no tiene límites.
El panorama no puede ser más oscuro. Y sin embargo, muchos años después Dios vuelve a reiterar su promesa. En esta ocasión envía al profeta Natán a dirigirse a un pastor que sacó de los campos para elevar al trono en el pueblo que desciende de las entrañas mismas de Abrahán:
Y ahora, di esto a mi siervo David: Así dice el Señor Todopoderoso: Yo te saqué del campo de
pastoreo, de andar tras las ovejas, para ser jefe de mi pueblo, Israel. 9 Yo he estado contigo en todas tus empresas; he aniquilado a todos tus enemigos; te haré famoso como a los más famosos de la tierra; 10 daré un puesto a mi pueblo, Israel: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, sin que los malvados vuelvan a humillarlo como lo hacían antes, 11 cuando nombré jueces en mi pueblo, Israel. Te daré paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. 12 Y cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, nacido de tus entrañas, y consolidaré su reino. 13 Él edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. 14 Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo; si se tuerce, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres; 15 pero no le retiraré mi lealtad como se la retiré a Saúl, al que aparté de mi presencia. 16 Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre. 17 Natán comunicó a David toda la visión y todas estas palabras. 18 Entonces el rey David fue a presentarse ante el Señor, y dijo: –¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas hecho llegar hasta aquí? 19 ¡Y como si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho una promesa a la casa de tu servidor para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! 20 ¿Qué más puede añadirte David si tú, mi Señor, conoces a tu servidor? 21 Por tu palabra, y según tus designios, has hecho esta gran obra, dandosela a conocer a su servidor, revelándole estas cosas. 22 Por eso eres grande, mi Señor, como hemos oído; no hay nadie como tú, no hay Dios fuera de ti. 23 ¿Y qué nación hay en el mundo como tu pueblo, Israel, a quien Dios ha venido a librar para hacerlo suyo, y a darle renombre, y a hacer prodigios terribles en su favor, expulsando a las naciones y a sus dioses ante el pueblo que libraste de Egipto? 24 Has establecido a tu pueblo, Israel, como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. 25 Ahora, Señor Dios, confirma para siempre la promesa que has hecho a tu servidor y su familia, cumple tu palabra. 26 Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: ¡El Señor Todopoderoso es Dios de Israel! Y que la casa de tu servidor David permanezca en tu presencia. 27 Tú, Señor Todopoderoso, Dios de Israel, has hecho a tu servidor esta revelación: Te edificaré una casa; por eso tu servidor se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. 28 Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu servidor. 29 Dígnate bendecir a la casa de tu servidor, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu servidor.
2 samuel 7, 8
Es demasiado maravilloso lo que Dios promete a David. Es demasiado sabia la manera en que David toma la palabra de Dios, y se asegura de “atar” al que promete a su palabra. David se imagina un futuro de esplendor, claridad, libertad, y bienestar. Y tiene razón al hacerlo.
¡Dios ha dicho que la descendencia de David, que es la de Abraham, va a estar siempre en su presencia! Es decir, que en tierra de maldición los descendientes de David, a través de ese hijo que será rey, serán benditos. Esto implica un cambio fundamental del estado del hombre, y podría pensarse que se trata de la cesación de la maldición; y con ello, de la cesación del dolor y el sufrimiento…
Sin embargo esa es lógica de hombres. No debemos olvidar que Dios cumple su palabra y es misericordioso, pero también es justo, y sus caminos no son como los nuestros. Es por ello que, por boca del profeta Isaías nos presenta,rá después la siguiente aclaración a propósito de su siervo, que no es otro que el vástago, rey para siempre, que ha prometido a David:
1 ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién mostró el Señor su brazo? 2 Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida: no tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. 3 Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; 4 a él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. 5 Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado. 6 Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. 7 Maltratado, aguantaba, no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca. 8 Sin arresto, sin proceso, lo quitaron de en medio, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. 9 Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. 10 El Señor quería triturarlo con el sufrimiento: si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años y por su medio triunfará el plan del Señor. 11 Por los trabajos soportados verá la luz, se saciará de saber; mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes. 12 Por eso le asignaré una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos: porque desnudó el cuello para morir y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores.
Isaías 53. 1-12
El profeta se queda corto porque está sometido a los límites del lenguaje humano y de la palabra escrita. Su texto es un símbolo de lo que en realidad habría de sufrir Jesús, el descendiente de la virgen, quien es al mismo tiempo La Mujer a la que Dios se ha referido en el Edén, y la descendiente de David.
Como todo símbolo el relato del profeta nos sirve para sintetizar aquello a lo que se refiere, en este caso lo que acontecerá en la semana de la pascua judía, en Jerusalén, en torno a un hombre que fue recibido como mesías y crucificado poco después como criminal a las afueras de la ciudad. Isaías nos presenta una síntesis de los eventos de los cuales nos hablan los evangelios con mayor detalle; especialmente de un sacrificio que sigue ocurriendo eternamente en Dios, y se actualiza incruentamente en cada eucaristía; del que somos testigos, beneficiarios y sagrarios vivientes: el del cordero sin mancha que sufrió en su carne, en su espíritu y en su corazón todo el mal que es posible convocar en este mundo sobre un solo hombre.
Sabemos quién es ese justo porque San Juan Bautista nos lo señaló:
29 Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo: —Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 De él yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más importante que yo, porque existía antes que yo. 31 Yo no lo conocía, pero vine a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel.
Juan 1, 29-31.
También sabemos que en las horas de la pasión literalmente todos los demonios y toda la corrupción del hombre se abalanzaron con todo su poder contra Jesús; y que con la permisión de Dios padre le causaron todo el daño del que eran capaces. Sospecho que no podemos imaginarnos siquiera la densidad real del sufrimiento que nos resume el viacrucis. Jesús sí lo sabía con antelación, así como también lo que implicaba: la glorificación de Dios, es decir, la restauración de la vida plena para el hombre. El precio a pagar era el del sometimiento al dolor supremo por parte del único que en justicia no tenía por qué sufrir. Al respecto de esa misión de restauración san Juan nos dice:
1 Así habló Jesús. Después, levantando la vista al cielo, dijo: —Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria; 2 ya que le has dado autoridad sobre todos los hombres para que dé vida eterna a cuantos le has confiado. 3 En esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús el Mesías. 4 Yo te he dado gloria en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer. 5 Ahora tú, Padre, dame gloria junto a ti, la gloria que tenía junto a ti, antes de que hubiera mundo.
Juan 17, 1-5
Ahora los invito a pensar en toda su maldad, y en toda la maldad de que han sido objeto. Piensen, por favor, en esa hora en la que fueron Judas, Caifás (“más vale que perezca uno y no que perezca todo el pueblo”), la turba que pedía que dejarán libre a Barrabás, Pilato condenando al justo por miedo de los hombres; Pedro, el amigo que niega al caído en desgracia; el corrupto, vanidoso y superficial Herodes; los discípulos que se quedaron dormidos en el huerto y los que después lo abandonaron; los falsos testigos; los sabios, escribas y fariseos que volcaron toda su autoridad e influencia contra él; los que curó y liberó, quienes por miedo se escondieron, se quedaron callados, y no hicieron nada para salvar a su benefactor; los torturadores romanos; los que lo escupieron y le dijeron cosas horribles; los que descargaron su odio, frustración y rencor con la víctima aparentemente impotente; los que se repartieron sus vestiduras; el ladrón que se burlaba de su compañero de suplicio; los que pasaban y se mofaban de su dolor insoportable y su humillación absoluta.
Y tengan en cuenta, por favor, que todos sabían que él era inocente. ¡Todos! ¿Hay algo más oscuro? ¿Hay un momento más revelador del espíritu del mal, que es el de la ausencia de Dios, es decir, la ausencia de Bien, Verdad, y Belleza; la ausencia de Justicia y Misericordia? Toda la mentira, la falsedad, la hipocresía, la cobardía, la vanidad, la lujuria, el rencor, la injusticia, el abandono, la soledad, la sevicia, la soberbia, la crueldad del mundo se descargaron en una ráfaga imparable y furiosa, satánica, sobre él. Y él recibió todos y cada uno de esos golpes correspondientes a la maldición de los descendientes de Adán
Por unas horas el sol se eclipsó. Pareció que la oscuridad englutía al mundo entero. Las fauces del abismo se abrieron para devorar y triturar al único libre de la maldición de Adán, el único que podía redimir a los demás. Los últimos instantes de esta ordalía nos los relata san Juan de la siguiente manera:
28 Después, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, Jesús dijo: —Tengo sed. 29 Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a una caña y se la acercaron a la boca. 30 Jesús tomó el vinagre y dijo: —Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu. 31 Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos para que no quedaran en la cruz durante el sábado. 32 Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. 33 Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas; 34 sino que un soldado le abrió el costado con una lanza. Enseguida brotó sangre y agua.
Juan 19, 28-32
Sangre y agua, como en los sacrificios presididos por Moisés que tuvieron lugar en el desierto muchos siglos atrás. Al respecto, nos dice el apóstol san Pablo, en la carta a los hebreos:
14 pero con toda seguridad la sangre de Cristo, que se ofreció a Dios por el Espíritu eterno como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo. 15 Por eso Cristo es el mediador de un nuevo testamento o alianza. Por su muerte fueron redimidas las faltas cometidas bajo el régimen de la primera alianza, y desde entonces la promesa se cumple en los que Dios llama para la herencia eterna. 16 Cuando hay un testamento, se debe esperar a la muerte del testador. 17 El testamento no tiene fuerza mientras vive el testador, y la muerte es necesaria para darle validez. 18 Por eso se derramó sangre al iniciarse el Antiguo Testamento. 19 Cuando Moisés terminó de proclamar ante el pueblo todas las ordenanzas de la Ley, tomó sangre de terneros y de chivos, la mezcló con agua, lana roja e hisopo y roció el propio libro del testamento y al pueblo, diciendo: 20 Esta es la sangre del testamento que pactó Dios con ustedes. 21 Roció asimismo con sangre el santuario y todos los objetos del culto. 22 Además, según la Ley, la purificación de casi todo se ha de hacer con sangre, y sin derramamiento de sangre no se quita el pecado.
Hebreos 9, 14-22
Sin el derramamiento de sangre la culpa permanece. Dios en su infinita misericordia, cuando hablaba a Adán y a Eva en el Edén, ya había determinado derramar su propia sangre. No se los dijo. No había necesidad. Ellos se creyeron castigados y expulsados. Él moría de amor por ellos, como un marido engañado que sufre profundamente, y en el fondo de su corazón busca la manera de restablecer la dignidad de su esposa y la santidad de su hogar, mientras, en nombre de la justicia, conmina a ésta al exilio (momentáneo) de las manifestaciones externas de su cariño y de su afecto; mientras sana la profunda herida de su corazón.
Dios estaba en la tumba por culpa de nuestros pecados. Él, que nada necesita, fue el que más sufrió con las consecuencias del pecado. A él fue al que la serpiente más lastimó e hirió, hasta la muerte misma. Y sin embargo…
“Todo esta consumado” es una frase que implica climax. ¿Cómo se consuma un matrimonio, una reconciliación entre esposo y esposa? ¿Qué resulta de esa consumación?
La tierra estéril y maldita abrió sus fauces y recibió en su vientre, el sepulcro, el cuerpo sin vida del justo sobre el que todo el mal se había abatido sin piedad. Y el profeta Isaías, después de referirse a ese siervo doliente, canta misteriosamente la historia de una reconciliación entre el marido y su esposa, que de estéril y abandonada, deviene madre y amada restituida a la intimidad de su hogar:
Fecundidad de la estéril
1 Canta de gozo, la estéril que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada –dice el Señor–. 2 Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, clava bien tus estacas; 3 porque te extenderás a derecha e izquierda, 54 tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas. 4 No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sonrojes, no te afrentarán; olvidarás la vergüenza de tu soltería, ya no recordarás el desprecio de tu viudez. 5 Porque el que te hizo te toma por esposa: su Nombre es Señor Todopoderoso. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. 6 Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. 7 Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te recogeré. 8 En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con lealtad eterna te quiero –dice el Señor, tu redentor–. 9 Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no enojarme contra ti ni reprocharte. 10 Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–.
(49,14-26; 62,1-9; 66,7)
Todo está consumado. La última gota de sangre de Jesús, sus últimas fuerzas, sus últimas palabras, con las que completa su misión, pagan la deuda del pecado; y cuando Longinus atraviesa el costado del salvador, el agua y la sangre que caen sobre él y sobre el mundo limpian y fecundan la tierra. Es una boda.
El cuerpo que José de Arimatea deposita en el sepulcro es desde la eternidad el primer nacido de la descendencia bendecida, y a través de la cual se bendecirán todas las familias del mundo, más numerosa que las estrellas del cielo, que Dios había prometido a Abrahán. Esa descendencia es la Iglesia Católica.
Nicodemo no sabía cómo era posible que un hombre volviera al vientre para nacer nuevo. Jesús vuelve del vientre oscuro de la muerte al tercer día. Ha sido restablecida la que había sido repudiada, las nupcias han tenido lugar, y la fecundidad ha sido restablecida por sobre la muerte. El sepulcro se ha convertido en lugar de paso, y no en consumación de la maldición. La descendencia de aquellos que ahora pueden vivir eternamente en la gloria de Dios se extiende desde ese sepulcro abierto, sobre cada altar, en cada eucaristia, a todas las naciones.
Deja hoy tu historia de llanto y vergüenza al pie de la cruz. El que recibió todos los golpes más crueles en tu lugar ha completado su misión. Sólo le resta entregar el espíritu al Padre Creador. Todo está consumado.